domingo, octubre 24, 2010

Resignación, indignación, renovación

No está siendo un buen mes. Bueno, a decir verdad, llevo meses diciendo lo mismo. La crisis, mi abuela, y mi puta vida que no la soporto. Entre otras cosas, claro.

Han ocurrido cosas buenas, como que nuestra situación económica ha mejorado y ya no tenemos que ducharnos con agua fría. Es un avance, ¿no? Y las ventas de bisutería también han subido. Dos peluquerías quieren mis joyas y ya las tengo listas para entregarlas. Es bueno, muy bueno. Supone más independencia económica y tranquilidad. Pero he descubierto el lado oscuro de la bisutería: y es que, me han pedido tantas cosas para que se vendan en las peluquerías que ha pasado de ser un hobbie-terapia a ser un trabajo. Llevo dos semanas fastidiada por hacer bisutería, dos semanas "pringando" por cuatro euros (sí, cuatro, porque no estoy valorando mi trabajo ni a un 20%, ya que si lo hago, no vendo. La gente no valora la artesanía). Hoy, en dos semanas, he decidido dejar de "trabajar" y hacer una pieza de lo que me saliera de las narices. Aún no está terminada, pero está quedando preciosa. Y la estoy disfrutando. Mucho. Mañana tendré que continuar haciendo detalles para el pelo, y volveré a frustrarme. Pero eso es lo que hago habitualmente: frustrarme.

Por otro lado, el asunto de mi abuela no es que me esté poniendo a prueba. Es que suspendí hace casi dos meses. No soporto el alzheimer. Mis emociones pasan del enfado a la tristeza; de la tristeza a la indignación; de la indignación al enfado; del enfado a la tristeza; de la tristeza... Sé que nadie nace sabiendo, pero tener que ocuparte de una persona con Alzheimer por el resto de su vida es complicado de aceptarlo y no sé como actuar en ciertos momentos. Pero claro, ¿qué vas a hacer? El resto de sus hijos han dicho que no quieren saber nada de ella. Y no la vamos a meter en una residencia, obviamente. Las personas no deberían terminar su vida en un lugar desconocido.

Pasamos una noches terribles porque mi abuela no deja de hacer la maleta pensando que nos vamos de viaje. Eso cuando no retrocede cuarenta años y dice que se tiene que ir porque tiene a sus mellizos en casa y tiene que darles de comer. Sus mellizos murieron tres semanas después de dar a luz. O cuando dice que su marido se ha ido de juerga y que la ha dejado ahí sola y que no sabe volver a casa. Mi abuelo murió hace diez años. Cuando se lo contamos al único hijo que viene a ver a su madre a mi casa, se descojona. Y es cuando me enfurezco. No es un asunto para descojonarse. Es un asunto que amarga a los familiares porque no puedes conversar ni explicar a tu abuela que su marido está muerto y que ahora vive con nosotros. Porque no puedes decirle que sus mellizos murieron casi al nacer. Mi abuela ha tenido un día de lucidez en los últimos cinco años. Fue el sábado pasado. Y se pasó el día llorando y en la cama porque por primera vez ha entendido que su memoria ya no existe. No, no es un tema para descojonarse. Es un tema para llorar. Eso es lo que hacemos en casa; cuando no nos irritamos, lloramos, nos lamentamos y suspiramos. Porque no es justo que una persona acabe así. No es justo. Aunque mi abuela nunca nos haya querido mucho a mis hermanos y a mí. Sigue sin ser justo.

Pero esta indignación, frustración, desesperación -y muchas palabras que terminan en -ión- que siento está siendo canalizada por la escritura. Lo único bueno de todo esto: que vuelvo a escribir cuando había pensado que eso se había terminado para siempre. Escribo lentamente, poco a poco, recuperando el paso y el día a día "escrituril".

Aunque hay días que ni eso basta.

A lo mejor es que exijo demasiado de la vida; a lo mejor es que espero una vida que no merezco. El caso es que desde hace un par de años no soy capaz de levantar la cabeza y cada día me cuesta más levantarme de la cama para volver a vivir un día monótono de cojones.

No sé, pero cada día me siento más personaje secundario de una de mis novelas que ser humano.
 

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