viernes, diciembre 22, 2006

Un adios para mi yaya

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Las cosas ocurren cuando menos te lo esperas.

Sabíamos que estaba muy enferma, que no daban dos duros por ella, pero sus ganas de vivir eran tan grandes que pensamos que iba a salir de ésta. Pero el motor del corazón se para si no tiene gasolina, y eso es lo que le pasó a mi abuela antes de ayer. Su corazón decidió dejar de bombear. Justo cuando menos te lo esperas.

Porque sí, porque me estaba alisando el pelo para irme a trabajar y recibo una llamada de mi hermana diciendo que la yaya había muerto hacía escasamente cinco minutos. El factor sorpresa es el peor, porque viene cuando menos te lo esperas. Y te hunde hasta lo más profundo de tu ser. Te sientas en el sillón y te echas a llorar como una niña pequeña, sintiendote culpable porque no fuiste a verla esa mañana, pese a que ella lo esperaba. Pero claro, tú tienes que ir a trabajar y piensas que ella lo va a comprender. Ni que decir que no esperabas que ese iba a ser el último día de tu yaya. Ahora tienes que vivir con eso en tu cabecita porque para los demás no es importante, pero para una mente que le da tantas vueltas a las cosas, es muy pero que muy doloroso.

Cuando consigues dejar de llorar, dejar de recordar lo buena que ha sido, el amor que ha habido y lo vacía que está la casa sin ella desde que ingresó en el hospital, comprendes que tienes que llamar al trabajo para decir que no vas a acudir. Te dan dos días y ahora qué? Esperar a que vengan a buscarte para empezar con el sufrimiento de enterrar a alguien que ha convivido los últimos tres años contigo y tu familia.
Tardan mucho, no llegan, tu te comes la cabeza, te echas a llorar otra vez, no puedes parar de hacerlo; en tu mente ves como si de una película se tratara las veces que te has reido junto a ella, las discursiones, los sustos por su lánguida edad... y no vienen a buscarte. LLamas por telefono, que si ya vienen, que si hay trafico, tu sigues comiendote la cabeza. Ni hablar de terminar de alistarte el pelo, por respeto a tu abuela nada de ponerte guapa. Te vuelves a sentar y te rodea un silencio funebre en toda la casa que es el preludio de la tumba que pronto habitará tu yaya. Vuelves a llorar, que remedio, no? Porque no puedes dejar de pensar.
Ya ha venido alguien a buscarte!! Te pones el abrigo y caminas hacia el dolor de preparar el funeral. Porque ya has enterrado a varios abuelos, pero nunca tan cercanos. Llegas al hospital, los médicos os dan el pésame, las enfermeras, otros pacientes, familia de estos pacientes. ¡Dios, como querían a tu abuela! El señor del seguro de los "muertos", como siempre lo habeis llamado, comienza con el tramite: datos de la yaya, elegir tanatorio, ataud, recordatorios. Ya está. Ahora si, acabas darte cuenta de que estas enterrando a tu abuela. Y te derrumbas del todo, llorando desde lo mas profundo de tus sentimientos, porque te sigues sintiendo culpable de no haberte despedido de ella. Te abrazan, te susurran y tratas de calmarte. Nunca has aceptado la muerte, verdad? ¿Te cuento un secreto? Jamás lo harás. Lo siento, es tu tormento. Pero que fuerte eres, te secas las lágrimas, hay que aguantar el tipo y queda mucho por hacer. Tres horas después comienzan a moverse los coches hacia el tanatorio; alli la velaréis. Los familiares comienzan a llegar, tu no dejas de llorar y una señorita muy simpatica os dicen a todos que la abuela ya está lista para ser contemplada detras de ese frio cristal.
Siempre te dicen lo mismo, que no los veas allí muertos, pero nunca has dejado de hacerlo. No por morbo, ni por masoquismo, sino para despedirte. Es la única forma que tienes de hacerlo, verdad? Pero como duele ver a tu yaya, alli, amarilla, sin moverse, sin decirte que le pases el azucar para su poleo. Y derramas un alarido de dolor, porque la querías mucho, no es asi? Acaricias el cristal tratando de llegar a su rostro, pero que dura es la realidad: no puedes llegar.
Las horas pasan, la noche llega, los amigos empiezan a marcharse y vosotros estáis muy cansados. Es hora de irse a casa, mañana hay que enterrarla.
Pero te levantas animada y con ganas de que todo pase. En el fondo piensas que eres cruel por no estar llorando, que se lo debes, pero hay que ser sinceros: el corazón también llora en silencio. La familia llega dispersada, que si unos tios, otros, algun amigo, ese familiar que no soportas... Y llega la una de la tarde. Es hora de decir adios a la yaya. Pero en el libro de recordatorios le has escrito un relato, está lleno de incoherencias, solo hay sentimientos. Bah, que mas da. El detalle es el detalle. El coche funebre lleva a tu abuela por las calles de madrid y pronto estáis en ese lugar que tanto miedo te da. Ves como sacan a tu yaya del coche y la llevan cuatro hombres sobre los hombros. Ya está, otra vez a llorar. Y mientras la introducen en esas cuatro diminutas paredes, lloras y oyes llorar.
Han cerrado el nicho. Se acabó. 89 años de vida han llegado a su conclusión. Y te quedas mirando la lápida preguntandote: "¿Y ya está?". Pues si, Rebeca, nacemos, crecemos, nos reproducimos, disfrutamos de la vida y morimos. Toda nuestra vida se resuma a cinco fases, siempre igual, como un bucle.
Venga, deja de pensar. Ya es hora de marchar a casa, que todo ha terminado. ¿Quieres decirle unas palabras?
Claro que si:
La vida te ha tratado injustamente, pero los ultimos años fuiste feliz y te tratamos como a una reina. No llegaste a ver jamas el mar (fallo nuestro) pero para eso estoy yo. Tu último viaje será en barco y en la Alta Mar. La casa se queda vacía sin ti, los corazones sangran en tu ausencia, pero nunca saldrás de ellos aunque pase una eternidad.
Namarië, yaya.
 

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